Bernardo era un niño que quería jugar con sus papás, salir al jardín, leer un cuento. Pero la respuesta de los adultos siempre fue: “Ahora no, Bernardo”. Así se titula este cuento escrito por el inglés David McKee. César Rodríguez, empleado de Bancolombia y miembro del programa de voluntariado de la empresa, llevó este cuento, junto con su esposa Lyda Moya, a una jornada de lectura con niños y padres de las comunidades del barrio Minuto de Dios, en Altos de Cazuca en el municipio de Soacha, al sur de Bogotá. “Los padres se sintieron tan identificados, que nos confesaron la poca atención que les prestaban a veces a sus hijos. Y, mientras tanto, los niños pedían que les leyeran una y otra vez ese cuento”, cuenta antes de comenzar las actividades de sábado con la comunidad.
Esta experiencia nació como parte del programa ‘Causas que transforman’ de Bancolombia, en el que cada fin de semana 12 colaboradores de la entidad donan su tiempo y entusiasmo para apoyar a las familias de este barrio. Durante estas jornadas, César y Lyda sintieron la necesidad de ayudar a transformar la realidad de esta comunidad en condiciones de vulnerabilidad. Fue así como crearon hace diez años la fundación Ahora sí, Bernardo, que acoge en la semana a niños del sector que van a leer, jugar y cantar. Pero los fines de semana, el número de niños que asiste se multiplica, así que se trasladan a un colegio cercano, en donde además de jugar, César, Lyda y otros voluntarios les enseñan a los adultos pautas de crianza, manejo de finanzas y, a los jóvenes a usar mejor su tiempo mediante la lectura, el fútbol y la música. Puede leer: ‘Voluntariados para cambiar vidas’
Apoyados por sus compañeros de oficina como voluntarios, durante diez años se han acogido 204 niños y 35 madres que también participan a través de talleres de educación afectiva y financiera.
Clases para recuperar la autoestima
Ivón Rodríguez es una de las jóvenes que desde hace dos años llega puntual cada sábado, con sus hijos Dylan, de 5 años, y Emily de un año y medio. Ella tiene 24. Dejó de estudiar cuando cursaba noveno grado de bachillerato y a los 18 años se embarazó de su primer hijo. Hoy, su esposo y padre de sus hijos, está privado de la libertad en una cárcel en el llano. Esa realidad, junto al nacimiento de su segunda hija, la llenó de miedo, ansiedad y angustia. Tanto, que incluso ni siquiera quería salir de la casa de sus padres, donde vive con los niños. “Mi mamá supo de la fundación y me invitó a que viniera para, poco a poco, ir relacionándome con otras personas”.
Fue allí donde Ivón encontró apoyo para terminar el colegio. Pero antes de eso, hayó a quienes creyeron en ella, impulsaron su autoestima, ese amor propio que las circunstancias le robaron y la enseñaron a verse al espejo, identificarse como una mujer con talentos y habilidades, capaz de terminar sus estudios para capacitarse y ser ejemplo para sus hijos. “El apoyo de la fundación fue impulsarme a que me educara, me ayudaron a pagar las clases. Yo tenía que estudiar, llenar unas guías y presentarlas cada 15 días en el instituto. La verdad, a veces me desperaba porque no entendía nada. A veces quería dejarlo todo, pero pensaba en el esfuerzo que ya había hecho, en los que me habían apoyado en la fundación”, recuerda Ivón cargando a su bebé, mientras su hijo mayor juega fútbol con los demás niños que acuden ese sábado a las jornadas de Ahora sí, Bernardo.
“Me llama la atención la enfermería” –dice Ivón con el diploma de bachiller guardado en la carpeta que tiene en su mano derecha-. “Me gustaría estudiar medicina, pero sé que es una carrera muy cara”. A Ivón ya no la atormenta la ansiedad y la angustia. Se siente capaz de enfrentar retos.
Los retos que no solo asumen los beneficiarios de la comunidad de Cazuca, sino los mismos voluntarios. José Rubén Echavarría es uno de los ‘profes’ como lo llaman los niños, que ha encontrado en esta actividad de voluntariado la satisfacción del servicio hacia los demás. Él fue un niño que creció en Aguablanca, una zona llena de necesidades en Cali. Fue pandillero, robó, pero jamás “cayó en el vicio” y eso lo salvó, asegura. Ver a su tío consumido en la decadencia de la droga lo impulsó a salir de esa realidad. “A los 15 años conocí la palabra de Dios, luego me formé como técnico en cultura y deporte. Y esta experiencia de voluntariado me llena, porque recuerdo mi pasado para aportarles lo que yo vivi, contarles cómo le huía a la policía y vivía circunstancias difíciles. Lo que quiero hacer es impulsarlos a que sonrían y tenga buenos momentos”.
Por eso, no solo es él quien va a enseñarles a los niños a través del juego y el deporte los valores de la convivencia, el respeto y la solidariad. Su esposa y sus tres hijas también lo acompañan cada tanto, no solo para aportar a esta realidad, sino para ser conscientes de la suya y construir familia sirviendo a los demás.